Pueblo Aonikenk

Pueblo Aonikenk
Los Aonikenk o tehuelches, hoy extintos en el territorio chileno, pertenecen a un grupo nómade terrestre de la Patagonia. Son reconocidos como una de las etnias más altas del mundo, llegando a medir hasta 2 metros. Su territorio natural se extendía entre el Estrecho de Magallanes y el río Santa Cruz, el que recorrían cazando animales y recolectando el alimento que les proporcionaba la vegetación de la pampa. Los europeos, al verlos por primera vez, los bautizaron como patagones. Sus entusiastas versiones sobre las enormes huellas de sus pies, dieron orígen a la leyenda de los Gigantes de la Patagonia y al nombre con que fue designado este vasto territorio.
Con la adquisición del caballo, en el siglo XVIII, los Aonikenk ampliaron sus recorridos por la estepa austral mostrando gran destreza en el manejo de este importante medio de transporte.
Aonikenk y Selk'nam estarían emparentados. Algunas similitudes entre ambos pueblos son las características físicas, como su altura. También tienen un parentesco lingüístico, ya que ambas lenguas provienen de un mismo tronco lingüístico: el Tshon.

Características Físicas
Aunque los Aonikenk no fueron exterminados como sus vecinos Selk'nam, sufrieron un proceso de aculturación o pérdida de su cultura originaria. Al pasar el tiempo, mundo espiritual y aspectos de la vida cotidiana se fundieron con elementos de la religión católica y la cultura del colonizador.
Lo más dañino fue la introducción del alcohol y las enfermedades contagiosas, tales como la viruela, el sarampión y la sífilis.
Relatos de cronistas los describen como una nación cuyos individuos eran:
«de buen aspecto físico, complexión robusta, estatura aventajada, saludables formas y hasta agradable presencia (...). Visten con piel de animales, con el pelaje vuelto hacia adentro (...) gustan de adornos de sus personas y caballos (...) no tienen un carácter feroz y que hasta puede considerárseles amistosos».

Gigantes de la Patagonia
Aparte de su imponente estatura, los Aonikenk, tenían un gran desarrollo toráxico. Sus espaldas eran amplias y sus piernas fuertes, rasgos que facilitaban la caza terrestre.
Las mujeres eran de caderas anchas, más gruesas que los hombres, pero proporcionadas. También se caracterizaban por poseer dientes muy blancos. Esta característica, algunos autores se la atribuyen a la costumbre de masticar el fruto de color oscuro del maqui o molle, arbusto con cuya resina se elabora el incienso.
La adaptación de los Aonikenk a las duras condiciones climáticas y ambientales, dependía de una disposición fisiológica especial unida a una educación y alimentación reforzadora de las defensas, ya que desde la infancia eran formados para resistir y acostumbrarse al frío.
Como cazadores nómades, estaban dotados de un vigor y resistencia especial para adaptarse a las duras condiciones del clima austral. Además poseían un metabolismo de las grasas distinto al del habitante actual, logrando eliminarlas más lentamente, lo que contribuía a la mantención del calor corporal.

Armas
Las armas originarias de los Aonikenk eran la boleadora, la lanza y, en menor medida, el arco y la flecha.
Para la defensa y la caza utilizaban la boleadora.
Esta es un arma constituida por piedras del tamaño de un huevo cubiertas por una funda de cuero, y atadas a un lazo hecho con nervaduras de guanaco o avestruz. Aún en uso en la Patagonia por estancieros y ganaderos, se blande en el aire en forma de círculos y luego se lanza a los pies del animal que se quiere capturar.
Había tres tipos de boleadoras: chumé, yachiko, y bola perdida.
La chumé, tenía dos bolas y estaba hecha especialmente para la caza del avestruz.
La boleadora yachiko, tenía tres piedras y era usada en la caza del guanaco.
La bola perdida, un tipo de honda en la que no se recuperaba el proyectil.
Las armas de fuego, el caballo y el alcohol fueron incorporados a sus costumbres, con la llegada del hombre blanco.

Sociedad
Se organizaban socialmente en tribus, conformadas por varias familias emparentadas entre sí.
El cacique era el encargado de guiar y organizar las cacerías y frecuentes traslados del campamento.
La unión de varias familias ligadas por una relación de parentesco, conformaba una agrupación o tribu organizada bajo un jefe que dirigía las cacerías, expediciones y mediaba en los conflictos internos.
El cacique no era un líder político, su acción se concentraba más bien en la organización de ciertas actividades prácticas en cada tribu.
En caso de guerra con otras etnias, como los Puelches y los Mapuche, los caciques se unían y planeaban en asambleas las estrategias a seguir.
Los Aonikenk, además de ser una de las etnias más altas del mundo, eran longevos, a pesar de las extremadas condiciones climáticas.
El explorador Ramón Lista, quién convivió con los indígenas hace más de un siglo, constató en esa época la existencia de miembros de la comunidad octogenarios, nonagenarios e incluso algunos centenarios.

Medicina
A pesar de la extraordinaria aclimatación y fortaleza física, cuando las enfermedades se manifestaban la comunidad acudía a dos formas de medicina: la natural y la mágica.
El conocimiento de la medicina natural no era privativo de los chamanes, y se basaba en los recursos disponibles del entorno. El estreñimiento, por ejemplo, se curaba con el gauycurú, planta utilizada como purgante. También usaban el Té de Pampa (Satureja darwini), antiinflamatorio, antiespasmódico y antibacteriano, además de una hierba que crece en el estuario del Río Gallegos utilizada para los dolores reumáticos.
Se cree que, al igual que los Selk'nam, los Aonikenk conocieron los atributos del romerillo para agudizar la visión y la corteza de la zarzaparrilla (Ribes magellanica) para sanar los dolores de estómago.
Si la medicina natural no daba los resultados esperados, intervenían los chamanes para aplicar la medicina mágica. Para la sanación, estos utilizaban amuletos, piedras y sonajeros, objetos cuya función era espantar a los espíritus malignos con su incesante sonido.

Pinturas Corporales
Los Aonikenk pintaban sus cuerpos por razones estéticas y prácticas, como por ejemplo para protegerse del frío. Así, el rostro se resguardaba del viento helado de la zona austral, con pintura roja y negra.
La pintura era una mezcla de médula de hueso o grasa de guanaco, la que al cocinarse se convertía en materia gelatinosa. A esta sustancia se le agregaban tinturas naturales.
El rojo se obtenía al agregar ocre a la cocción y para obtener el blanco se usaba arcilla feldespática.
Las mujeres, en un sentido más estético, se pintaban la cara con zumo de calafate. Este es el fruto oscuro de un arbusto que tiñe de un azul intenso.
Usaron rústicos telares, probablemente de influencia mapuche, en la confección de fajas de ornamento para cabalgaduras, y probablemente para algunas prendas de vestir y de abrigo.
También manejaron rústicamente la platería llegando a confeccionar botones, hebillas y adornos, fundamentalmente usando el corte, perforación y moldeo.

Costumbres
Los Aonikenk creían que los ancianos muertos se reencarnaban en los niños. Cuando un joven fallecía, su alma vagaba sin destino y quedaba prisionera de la tierra, hasta que cumpliera el tiempo necesario para hacerse vieja.
Debido a este pensamiento animista, enterraban a sus muertos con sus objetos personales, sus armas y alimentos.
Creían que cuando un miembro de la tribu moría, cabalgaba hacia el otro mundo sobre su yegua, por lo que esta debía ser sacrificada al morir su dueño.
Los familiares introducían al difunto, con sus objetos de plata y armas más preciadas, dentro del quillango o manta de guanaco pintada. Luego la sellaban cosiendo todos sus bordes.
El modo de enterrar era en posición fetal, con el rostro mirando hacia el oriente y cubriéndolo con pesadas piedras.
Los Aonikenk preferían sepultar a sus muertos alejados de la comunidad, en las cumbres de los tchengue o cerros.

Rituales de Iniciación
Cada etapa en la vida de los Aonikenk, se iniciaba con un ceremonial específico.
Durante la gestación, la embarazada era separada de su pareja para evitar el contacto sexual, ya que se creía que el semen agrandaba el feto, dificultando el parto. Entonces comía carnes secas y evitaba los alimentos líquidos. Su madre o su abuela, la asistían en el nacimiento del hijo.
Al recién nacido se lo pintaba de color blanco, y luego se le asignaba el nombre, el que por general representaba características físicas, lugares de alumbramiento o el nombre de un familiar muerto.
A los cuatro años de edad, los menores asistían a la Ceremonia de los Aros; mientras a las niñas se les perforaban ambos lóbulos de las orejas, a los niños sólo uno.


Una aguja y crines de caballo, eran los instrumentos con que se hacían los orificios, que más tarde albergarían a los aros.
Al final del ritual se sacrificaba una yegua, momento en que los hombres ejecutaban el Baile de las Avestruces.
La primera menstruación, signo del paso a la adolescencia, era la ocasión en que se realizaba la ceremonia de iniciación femenina.
Al llegar a la adultez, la joven se preparaba para contraer matrimonio era el tiempo de la ceremonia La Casa Bonita.
Allí se preparaba para el acontecimiento de vivir en pareja, permaneciendo entre tres y siete días dentro de la singular vivienda.

Casa bonita
La Casa Bonita era similar a la vivienda de los Aonikenk, pero, en lugar de estar recubierta con piel de guanaco, era engalanada con ponchos nuevos, cojines, plumas de avestruz, cascabeles y campanillas con cuentas azules, rojas y amarillas.
Dentro de ella, el alimento de la novia se reducía bastante, evitando el consumo de grasas.
Por lo general, la abuela o el abuelo materno la acompañaban, asumiendo así el papel de educador y consejero de la joven en su nueva vida como adulta.
La joven aprendía las normas morales de la comunidad y las actividades cotidianas como lavar, cocinar, elaborar tejidos y el cuidado de los hijos.

La virginidad era muy valorada, razón por la que se le enseñaba a las mujeres, en dicha ocasión, a no tener relaciones sexuales antes del matrimonio. La ceremonia concluía con el sacrificio de yeguas y el baile masculino de las avestruces.
El matrimonio se festejaba con sacrificio de equinos y bailes, al igual que las otras ceremonias, con la diferencia de que no se daba carne a los perros ya que se consideraba un mal augurio.
La extracción de la sangre, el saludar a los espíritus, encarnados en determinadas formas de la naturaleza o el murmurar deseos al ver la luna nueva y la creciente, eran otras prácticas rituales cotidianas. La ceremonia se prolongaba hasta altas horas de la helada noche patagónica hasta que, al calor del fuego y del baile, se unían con sus fuerzas ancestrales.
Con la llegada del hombre blanco, a esta ceremonia se sumó el alcohol que, además de emborracharlos produciéndoles cambios conductuales, terminó por aniquilarlos.

El Baile Avestruz
Tras el sonido rítmico de tambores, flautas, arcos musicales y cantos Aonikenk, comenzaba el baile de las avestruces.
Los hombres destinados a participar en la ceremonia salían en fila desde un toldo.
Con el cuerpo cubierto de pieles y la cabeza con plumas de avestruz, comenzaban a dar vueltas alrededor del fuego acercándose hasta tocarse, y retrocediendo con movimientos que imitaban el andar de las avestruces y los guanacos.
Cantos colectivos y gritos, conjuraban el poder de las fuerzas del mal.
El ritmo de la danza aumentaba mientras iban transformándose en sus animales de caza, hasta que los hombres se quitaban los calurosos mantos de piel y mostraban sus fornidos cuerpos, pintados de colores.
Danzaban cubiertos solamente por un cinturón hecho de plumas de avestruz, conchas, campanillas y picos de aves.

Lengua
El Aonikaish, lengua de los aonikenk, está emparentada con el idioma selk'nam, ya que ambos pertenecerían al tronco lingüístico Tshon, distinto del indoamericano que agrupa al resto de los cazadores-recolectores de Sudamérica, (según Roberto Lehmann-Nistche).
El Aonikaish, esta compuesto por, aproximadamente, 25 sonidos básicos, de los cuales seis son similares a las cinco vocales españolas, más una de sonido similar a la ö, en alemán.
El estudioso Spegazzini (1884), describe del siguiente modo al aonikaish: «todos hablan con voz muy gruesa, haciendo repercutir las consonantes, muy despacio como si estuvieran cansados; la garganta es la que emplean más, como si fueran ventrílocuos; las vocales son pocas, y sólo las de las primeras sílabas pueden determinarse con seguridad, y escribirse, las demás son ininteligibles o semimudas».
Para un hablante de esta lengua, como lo era el explorador Lista, el Aonikaish, no sólo tiene una voz propia para cada objeto de la naturaleza, sino que también expresa ideas abstractas de un orden superior.
Rituales funerarios
Los Aonikenk creían que los ancianos muertos se reencarnaban en los niños, pero si un joven fallecía su alma vagaba sin destino, quedando prisionera de la tierra hasta cumplir el tiempo necesario para hacerse vieja.
Debido a este pensamiento animista, enterraban a sus muertos con sus objetos personales, armas y alimentos.
Creían que cuando un miembro de la tribu moría, cabalgaba hacia el otro mundo sobre su yegua, por lo que esta debía ser sacrificada.
Los familiares cosían el quillango o manta de guanaco pintada, introduciendo en ella al difunto con sus objetos de plata y armas más preciadas. Luego lo enterraban en posición fetal, con el rostro mirando hacia el oriente y lo cubrían con pesadas piedras.
Los Aonikenk preferían sepultar a sus muertos alejados de la comunidad, en las cumbres de los cerros.


Arte
Una de las manifestaciones que mejor expresan lo que fuera la variedad y riqueza de la vida espiritual de los aónikenk es el sentido que lograron desarrollar respecto del arte, en especial de la ornamentación.

Los aónikenk fueron artistas decoradores natos que supieron administrar y enriquecer su herencia manifestada en la gran pintura rupestre y en los aportes de otros pueblos con los que mantenían contacto. El sentido de su arte ornamental se manifiesta tanto en la sencillez como en la armonía de conjunto de sus diseños y en el empleo de una limitada gama de colores que supieron convinar con talento, consiguiendo resultados de notable belleza.

El sentido armónico entre creencias y estetica se patentiza en el uso de pinturas corporales que además de las funciones tradicionales de uso ceremonial y de protección (otras) era de tipo estético en las mujeres, las que solían pintar su rostro con zumo de calafate en la creencia de que les permitiría para blanquear el cutiz

Pintura Rupestre
Los antepasados de los aónikenk les legaron un rico patrimonio en laderas de los cerros, cuevas y farellones, donde dejaron grabadas las concepciones de un mundo preterito.
El arte rupestre de la Patagonia, cuya expresión más rica y conocida es la Cueva de las Manos en el norte de Santa Cruz, se caracteriza por el predominio de manos, contorneadas de pintura, o estampadas. Este estilo de manos resulta ser el mas antiguo (10.000 años). En la misma región de la Patagonia Centro-Sur, caracterizada por la proliferación de las manos, se puede observar el desarrollo del estilo de escenas con predominio de figuras de guanacos, realistas primero y después crecientemente deformadas. En menor grado se encuentran representaciones de avestruces y otras especies animales, y también del mismo hombre. En relación probable con el desarrollo de la cultura que desembocaría en la de los tehuelches historicos, floreció en tiempos posteriores (inicios de la era cristiana) un tercer estilo de grabados, esta vez elaborados con preferencia en farallones rocosos (bardas) y de difusión en toda la Patagonia, conocido como estilo de pisada, pues ilustra motivos que re presentan o imitan rastros de animales y humanos junto a motivos geométricos. Algunos de estos motivos, tipo laberinto, tienen relación con la idea central del Mas Allá, es decir, del bien, del mal y de la vida en el más allá.

Música
Los aonikenk fueron un pueblo que tuvo una especial sensibilidad por la mísica, manifestada especialmente en el canto. Fuera como expresión de alegría, tristeza u otra situación que los afectara colectivamente o personalmente, el canto siempre staba a flor de labios, y en tal sentido los testimonios son reiterados, tanto que sin exagerar podría afirmarse que ellos vivían cantando. También los cantos eran a causa de agradecimienmtos o de bienvenida, con fines propiciatorios o para conjurar amenazas y males. En tiempos más antiguos los ancianos cantaban las leyendas tribales, según infoma Munster, del mismo modo que canciones totémicas, como lo ha afirmado Casamiquela.
Su sentido musical se manifestó de distintas maneras. Especial interes demostraban por tocar la corneta y el acordeón y les agradaba de manera particular escuchar las cajitas de música, que solían presentarles viajeros y colonos. El tocar su instrumento llamado koolo era lo que les provocaba mayor placer, obteniendo de él una extraña y dulce melodía llena de sugestiones.
El koolo era un instrumento formado por el arco y su complemento de hueso que se deslizaba sobre la cuerda de crines. Era prácticamente el único instrumento propio, ya que el tamboril y el sonajero, se empleaban en dar ritmo a los pasos de baile con sus sonidos secos y amelódicos. Munster da a entener que el hueso también era soplado, sirviendo como instrumento de viento, lo que explicaría los agujeros practicados en algunos, a manera de una flauta, afirmación que ha creado confusión entre los estudiosos, aceptándose por alguno que se diera la combinación entre el arco y la flauta

Metales
Los aonikenk conocieron los metales en contacto con el conquistador europeo, no obstante ser una técnica ajena fueron diestros en la elaboración de todo tipo de artesanías y utensilios de uso corriente en la vida de la comunidad.. Pasaron casi tres siglos hasta que aprendieron a emplearlos como materia prima, moldeándolos por sí mismos para hacer con ellos sus propias creaciones.
Dominaron la técnica de martillar, moldear, perforar, desgastar y cortar, empleando en parte sus herramientas tradicionales y en parte las de origen extraño. y utilizaban como materiales trozos de hierro, latón, cobre o bronce que obtenían por trueque con los navegantes o con la recién establecida colonia chilena del estrecho de Magallanes o que recogían de los naufragios de la costa.
En el s. XIX eran famosos por sudestreza en la fabricación de variados objetos, entre ellos: botones, grandes y pequeños, cuadrados y redondos; campánulas, discos y piezas laminarees, tupus y aros de variadas formas, trabajados en bronce, cobre, plata, algunas de ellas de incrible maestría.
El trabajo artesanal del metal no solo lo realizaban los varones, pues consta por descripción del viajero Radburne que las mujeres trabajaban la plata, adornos y broches entre otros objetos.

El Cuero
El cuero era la materia prima más usada por los aónikenk en sus trabajos artesanales y vestimenta.
Se empleaban toda clase de pieles: guanaco, puma, zorros, gatos montés y de pampa, zorrino, caballo, vacuno e inclusiva, para algunos efectos, el cuero del avestruz.
Fuera de toda duda la pieza más conocida fabricada con este material era el kai o quillango, cuya importancia en el vestido y como producto de comercio justifica una descripción detallada en lo que se refiere a su confección. Su uso era con la piel hacia el interior y el cuero, con pinturas decorativas hacia el exterior.
El cuero de guanaco usado en las capas o quillangos, necesariamente debía ser de guanacos nonatos o de una cría no mayor de dos meses.